A las 04.00 horas, hallándose el campo cubierto por espesa neblina, se escucharon tiros que provenían de un encuentro entre avanzadas, haciéndose evidente que estaba por principiar la batalla. Media hora después, avanzando silente y protegido por la neblina, el enemigo cargaba sorpresivamente sobre el ala derecha, cuya defensa estaba encomendada al coronel Lorenzo Iglesias. Cáceres marchó apresuradamente a ese sector de su línea, seguido casi automáticamente por Piérola, y al percatarse que los chilenos cogían por retaguardia a las tropas de Iglesias, cuando lo hacía notar Cáceres como esperando órdenes, Piérola le volvió la espalda y partió hacia Chorrillos.
Un testigo de lo que sucedió después relataría: “Piérola ya no se dejó sentir en toda la mañana. Ni Dávila que mandaba en la izquierda, ni Cáceres que sostenía el centro, ni Iglesias que se batió en la derecha, recibieron una orden suya. Estuvo en Chorrillos o en los callejones de Villa, paseando como un curioso y escuchando como un autómata los ruidos de la fusilería y las detonaciones de la artillería en todas direcciones. Realizábase así su gran plan” (4)’.
Tampoco fue sorpresa para Cáceres la deserción y fuga del dictador, y al tiempo de verlo partir asumió totalmente la dirección de la batalla en su sector. Según una anónima relación peruana, fue “heroico el comportamiento de este ilustre jefe de nuestro ejército (y) gran parte de sus subordinados supo también cumplir con su deber” (5). Pablo Arguedas y Domingo Ayarza, jefes de dos divisiones que combatieron a sus órdenes, ofrendaron heroicamente sus vidas, a la cabeza de sus unidades que fueron aniquiladas.