Evocación del Peruano del Milenio a propósito del 131 aniversario de su sacrificio en el Combate de Angamos
JORGE BASADRE AYULO
Maestro y Doctor en Derecho
El apellido Grau, por ancestro y sangre que corre en sus venas, está vinculado a las epopeyas del mar. Es que entre los habitantes de Valencia, a orillas del Mar Mediterráneo, el grao constituye una palabra proveniente del dialecto utilizado por las gentes de mar, con idéntica significación al de grau, que en idioma vasco significa puerto marítimo. Nada más significativo en la vida de don Miguel Grau Seminario que su vinculación sanguínea con el puerto, que constituye el punto de partida de toda aventura marítima en cuyo clímax, el insigne peruano alcanzaría la gloria inmortal un 8 de octubre del trágico año de 1879.
SU VIDA
Nacido en el centro de Piura, el 27 de julio de 1834, en una casa solariega ubicada en la antigua calle de Mercaderes, Miguel Grau Seminario fue atraído desde los nueve años por las asechanzas y los misterios existentes más allá de las aguas azulinas y calmas que rodean el puerto de Paita, forjándose su vocación de marino inicialmente en el buque mercante “Tesana”. Durante diez años navegó como simple grumete con destino a puertos lejanos. Ingresó el 14 de marzo de 1854 a la Marina de Guerra del Perú, con diversos cargos hasta asumir por primera vez el mando del viejo monitor Huáscar, en 1868.
Después de la ocupación del litoral boliviano y declarada la guerra con Chile en el Pacífico Sur, cuando los hombres ligados a la política del monopolio mundial del salitre decidieron que peruanos, bolivianos y chilenos se mataran entre sí, inició Grau y la notable tripulación de ese monitor la defensa de las costas peruanas y bolivianas.
Desde la declaratoria de guerra chilena del 5 de abril de 1879, su poderosa flota bloqueó Iquique y realizó esporádicos ataques en los puertos indefensos de Pabellón de Pica, Pisagua, Mollendo y Huanillos. El 20 de mayo de ese año, el Huáscar –recién reparado– y la Independencia navegaron rumbo a Iquique, encontrándose con la flota chilena constituida por la corbeta Esmeralda y la cañonera Covadonga. Después de una hora de fiero combate, el Huáscar echó a pique a la Esmeralda, espoloneándola hasta en tres oportunidades. Lanzando al mar todas las chalupas del Huáscar, el monitor peruano salvó la vida a más de sesenta chilenos arrojados al mar.
Después del hundimiento de la Esmeralda y la tragedia que importó el hundimiento de la Independencia, el Huáscar no permaneció inactivo en puerto seguro. El viejo monitor procedió a realizar labores de convoy a los transportes peruanos. Aparece en los puertos y radas de Chile, como un fulgor imprevisto sin causar daños a la población. En julio de 1879 rompe el bloqueo de Iquique realizado por la corbeta Magallanes y el transporte Matías Cousiño. En esa batalla naval, al enrumbarse el Huáscar hacia altamar espoloneó a la Magallanes, causándole graves daños, hecho que ocasionó conmoción pública en Santiago y Valparaíso.
Las andanzas del Huáscar prosiguieron después de esta batalla. El 23 de julio de ese año, captura el transporte chileno Rímac que conducía tres compañías de caballería de ese país. Estas intrépidas incursiones sumieron en letargo al ejército chileno centrado en Antofagasta, deteniéndose así la proyectada invasión del territorio peruano. El historiador chileno Barros Arana reconoce que el Huáscar, mientras surcaba la mar, daba vida al Perú.
El destino trágico hizo que al amanecer del 8 de octubre de 1879, los vigías del Huáscar divisaran humo negro en el horizonte lejano. A toda máquina dos blindados chilenos, acompañados por la cañonera Covadonga, la corbeta O’Higgins y tres transportes chilenos apuntaron al barco peruano. Ni Grau ni su tripulación rehuyeron el combate, sabiendo la tripulación que el destino iba a serle adverso por la desigualdad numérica de los buques chilenos. El combate duró dos horas sin que la bandera peruana fuera arriada en ningún momento. Las bombas destruyeron la torre del Huáscar y penetraron por la bobadilla, rompiendo aparejos por lo que los sobrevivientes procedieron a abrir las válvulas de sumersión hasta cuatro pies de agua salada en la sentina, impidiendo la fatalidad del destino que el monitor peruano fuera hundido para reposar en el fondo marino.
Grau fue héroe más allá de un acto aislado y mostró su temple desde el inicio de la guerra cuando fue despedido por limeños y chalacos, sabiendo que iba a una muerte segura que el destino le deparó ese glorioso día de octubre de 1879.
Maestro y Doctor en Derecho
SU VIDA Nacido en el centro de Piura, el 27 de julio de 1834, en una casa solariega ubicada en la antigua calle de Mercaderes, Miguel Grau Seminario fue atraído desde los nueve años por las asechanzas y los misterios existentes más allá de las aguas azulinas y calmas que rodean el puerto de Paita, forjándose su vocación de marino inicialmente en el buque mercante “Tesana”. Durante diez años navegó como simple grumete con destino a puertos lejanos. Ingresó el 14 de marzo de 1854 a la Marina de Guerra del Perú, con diversos cargos hasta asumir por primera vez el mando del viejo monitor Huáscar, en 1868. Después de la ocupación del litoral boliviano y declarada la guerra con Chile en el Pacífico Sur, cuando los hombres ligados a la política del monopolio mundial del salitre decidieron que peruanos, bolivianos y chilenos se mataran entre sí, inició Grau y la notable tripulación de ese monitor la defensa de las costas peruanas y bolivianas. Desde la declaratoria de guerra chilena del 5 de abril de 1879, su poderosa flota bloqueó Iquique y realizó esporádicos ataques en los puertos indefensos de Pabellón de Pica, Pisagua, Mollendo y Huanillos. El 20 de mayo de ese año, el Huáscar –recién reparado– y la Independencia navegaron rumbo a Iquique, encontrándose con la flota chilena constituida por la corbeta Esmeralda y la cañonera Covadonga. Después de una hora de fiero combate, el Huáscar echó a pique a la Esmeralda, espoloneándola hasta en tres oportunidades. Lanzando al mar todas las chalupas del Huáscar, el monitor peruano salvó la vida a más de sesenta chilenos arrojados al mar. Después del hundimiento de la Esmeralda y la tragedia que importó el hundimiento de la Independencia, el Huáscar no permaneció inactivo en puerto seguro. El viejo monitor procedió a realizar labores de convoy a los transportes peruanos. Aparece en los puertos y radas de Chile, como un fulgor imprevisto sin causar daños a la población. En julio de 1879 rompe el bloqueo de Iquique realizado por la corbeta Magallanes y el transporte Matías Cousiño. En esa batalla naval, al enrumbarse el Huáscar hacia altamar espoloneó a la Magallanes, causándole graves daños, hecho que ocasionó conmoción pública en Santiago y Valparaíso. Las andanzas del Huáscar prosiguieron después de esta batalla. El 23 de julio de ese año, captura el transporte chileno Rímac que conducía tres compañías de caballería de ese país. Estas intrépidas incursiones sumieron en letargo al ejército chileno centrado en Antofagasta, deteniéndose así la proyectada invasión del territorio peruano. El historiador chileno Barros Arana reconoce que el Huáscar, mientras surcaba la mar, daba vida al Perú. El destino trágico hizo que al amanecer del 8 de octubre de 1879, los vigías del Huáscar divisaran humo negro en el horizonte lejano. A toda máquina dos blindados chilenos, acompañados por la cañonera Covadonga, la corbeta O’Higgins y tres transportes chilenos apuntaron al barco peruano. Ni Grau ni su tripulación rehuyeron el combate, sabiendo la tripulación que el destino iba a serle adverso por la desigualdad numérica de los buques chilenos. El combate duró dos horas sin que la bandera peruana fuera arriada en ningún momento. Las bombas destruyeron la torre del Huáscar y penetraron por la bobadilla, rompiendo aparejos por lo que los sobrevivientes procedieron a abrir las válvulas de sumersión hasta cuatro pies de agua salada en la sentina, impidiendo la fatalidad del destino que el monitor peruano fuera hundido para reposar en el fondo marino. Grau fue héroe más allá de un acto aislado y mostró su temple desde el inicio de la guerra cuando fue despedido por limeños y chalacos, sabiendo que iba a una muerte segura que el destino le deparó ese glorioso día de octubre de 1879.