En los últimos días el gobierno ha hecho la primera reducción de impuestos desde que promoví la eliminación del mal llamado Impuesto de Solidaridad hace 10 años. Ese impuesto, del 5% a las planillas, promovió la informalidad y, en cuanto se eliminó, las empresas pusieron a más trabajadores en un empleo formal, con seguro y pensión. El gobierno del presidente Alan García, ahora, ha reducido la tasa del Impuesto General a las Ventas de 19% a 18%, revirtiendo el aumento que se hizo en el año 2003, cuando yo no era ministro de Economía. Esta reducción me parece correcta y apropiada.
Nuestro sistema tributario adolece de varios defectos, que se deberían corregir en una reforma tributaria integral:
1. La recaudación tributaria está estancada en 15% del Producto Bruto Interno desde el año 2003. Eso, a pesar de una economía muy dinámica.
2. Nuestro sistema depende fuertemente de impuestos indirectos, tales como el IGV y los impuestos a los combustibles, gaseosas y cervezas. Estos pesan fuertemente sobre los segmentos más pobres de la población, mientras que el Impuesto a la Renta es bastante más equitativo. Sin embargo, la parte preponderante del Impuesto a la Renta está pagada por unas cuantas empresas, sobre todo las mineras.
3. El sistema de altas tasas de impuestos indirectos es un incentivo a la informalidad y es una de las causas por las cuales sólo el 35% de nuestros trabajadores son formales, con seguro de salud y futura pensión de jubilación. Este índice de formalidad es uno de los más bajos de América Latina, a su vez una de las regiones más informales del mundo.
4. Nuestro sistema tributario simplemente no podrá generar los recursos que necesitamos para hacer las reformas básicas que tenemos que promover en educación, salud y seguridad.
En el mundo actual hay dos teorías sobre la tributación. Una dice que para recaudar más hay que subir las tasas de los impuestos; otra dice que si las tasas impositivas se reducen, hay más probabilidades de incluir a un mayor número de contribuyentes y, por consiguiente, recaudar más. La primera teoría está siendo gradualmente desacreditada por lo que está pasando en los países europeos, en muchos de los cuales las tasas tributarias altas han promovido la evasión y la fuga de capitales a paraísos como Suiza o Liechtenstein. La segunda teoría ha sido ensayada en varios países exitosos económicamente, tales como las naciones del este de Asia, Estados Unidos en diversos gobiernos, Suiza, y más recientemente en varios de los países escandinavos, que se caracterizaban por muy altas tasas tributarias.
En el Perú tenemos que darnos cuenta de que no podemos seguir siendo un país con tanta informalidad tributaria y laboral. Debemos preparar un plan para que nuestros trabajadores tengan trabajo en planilla y de esa manera puedan gozar de remuneraciones crecientes junto con protección social. Si nuestro mercado laboral alentara la formalización, habría más competencia para conseguir trabajadores y las remuneraciones aumentarían. Por esas razones, pienso que debemos formular un programa de reducción gradual del IGV y de incentivos tributarios para las pequeñas empresas, que son de lejos las más numerosas en el Perú. Formalizadas estas empresas, tendrán mejor acceso al crédito bancario, podrán reducir sus costos y podrán aumentar su producción.
La medida reciente de reducir el IGV tomada por el gobierno debe ser complementada en un nuevo gobierno por un plan de reforma tributaria que aliente la modernización en nuestra economía. El objetivo básico de tal reforma debe ser alentar el trabajo, la inversión y el ahorro. Si proponemos tasas tributarias más altas, como algunos están haciendo en la campaña electoral, vamos a desalentar el trabajo, la inversión y el ahorro. Por eso necesitamos un programa equilibrado y moderado de reducción de tasas, menor tributación que no recaiga sobre los sectores más pobres, e incentivos para que la economía se formalice y crezca a un ritmo acelerado.
(columna publicada el domingo 20 de febrero en el diario Correo)